Los artistas

Pablo José ha cruzado el Atlántico para tocar en el paseo marítimo una pequeña pandereta. Claro, que esa no era la idea, pero cuando el trabajo empezó a escasear no quedó más remedio que buscarse la vida de alguna forma. Su primo Arcadio toca el acordeón. No lo hace bien aunque al menos se defiende. Pablo José luce un ridículo gorrito de paja que le viene pequeño y baila de forma grotesca al ritmo de las notas discordantes. Parece un viejo monito de circo. No nació para ser artista.
Frente a ellos, en la terraza acogedora de un restaurante, los turistas devoran con frenesí pescado recién cocinado y se empachan de sangría helada. Un hombre, con cara de jabalí amenazante, los mira con desprecio, toma la servilleta, limpia de su barbilla la grasa que le escurre, llama al camarero y le dice algo.
El servil empleado se acerca a Pablo José y a su primo y los invita a marcharse. Lo cierto es que están en la calle y no tienen obligación de obedecer, pero sumisos y cabizbajos se retiran a otro sitio donde continuar su trabajo. Parece que hoy no es su día.

Víctor Manuel Jiménez Andrada

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