En el parque de atracciones



Cuando bajó de la noria se sintió un poco mareada. No era propensa al vértigo y disfrutaba de las atracciones más arriesgadas. La noria tampoco era grande. Quizás rotaba demasiado rápido y eso fue lo que le provocó la sensación de tener el estómago a la altura de la garganta.
Se sentó en un banco frente al tiovivo. Se fijó entonces en el decorado de los caballitos y carromatos, recargado hasta la saciedad de miles de detalles coloridos. Predominaban las capas de pintura dorada. Desde esa distancia y con las últimas luces del día, se diría que aquello parecía un tesoro de cuento de piratas.
Relajó su ánimo observando el vaivén lento del carrusel, acompañado de la repetitiva musiquilla estridente. Siempre le gustó ese rincón del parque de atracciones.
Pronto se sintió recuperada y se levantó dispuesta a seguir su recorrido, pero la sensación de vacío volvió con más fuerza y se tuvo que sentar de nuevo. Notaba las manos frías y temblorosas. Unas gruesas gotas de sudor recorrían su espalda y la hacían estremecerse. Intentó relajarse, pero el tiovivo le parecía ahora algo horrible. Pasó cerca un chico de mantenimiento del parque y a punto estuvo de pedir ayuda, pero en el último momento se contuvo.


Víctor Manuel Jiménez Andrada

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