El valle de las cerezas


Al norte existía un valle que con los primeros llantos de la primavera se pintaba del blanco inmaculado de las flores de los cerezos. Sara huyó de allí mucho antes de que el invierno diera su último suspiro y no regresó jamás. Entonces yo no era más que un chiquillo de apenas trece años. Recuerdo el rostro de Sara pegado a la ventanilla del autobús. Sus labios rosas esbozaron la sonrisa de siempre, pero sus ojos se nublaron con una tempestad de lágrimas. Los dedos, contra el vidrio frío, parecían aferrarse al instante que se evaporaba sin remedio. El vehículo puso rumbo a un lugar entonces tan lejano que parecía no existir más que en los libros de texto. Me quedé más de una hora clavado en mitad de la plaza desierta, aterido y con la pena atada a mi garganta.
Durante diez años leí libros de poesía y un buen día me fui a buscarla. No tuve dificultad en dar con ella. Acudí a una inmensa librería donde firmaba ejemplares de su última novela a cientos de lectores. Cuando estuvimos frente a frente, me identifiqué. Salí de allí con su libro, una dedicatoria estándar y el verdadero sabor de la vida en la boca.

Víctor Manuel Jiménez Andrada
(publicado en Letras Breves n. 3 abril/junio 2011)

Ilustración: Caen cerezas. Yolanda Siatova

1 comentario:

MandarinaAlizarina dijo...

Es real? Bello.
Saludos