El recuerdo del viejo barrio

Vi sus ojos salpicados por unas lágrimas en las que se reflejaba el recuerdo de los niños que fuimos. El menor de sus hijos y yo teníamos la misma edad. Ambos formábamos parte de la pandilla de amigos que vivimos el principio de los ochenta en el sabor de un barrio como ya no existen. Eso duró hasta que llegó la hora de una adolescencia ávida en devorar susurros infantiles y cantos de pájaros.
La señora Encarna debía rondar los setenta, si es que no los pasaba, pero en su voz, un poco ronca, todavía latía ese tono sereno y a la vez animado con el que rompía el silencio de la escalera tras la hora de la siesta. En su mirada empañada, por un breve instante, percibí cientos de imágenes que se sucedieron con toda nitidez. Imágenes que zarandearon el árbol del pasado hasta que de sus ramas cayeron hojas amarillas y hermosas.
La mujer estaba viuda y yo conocía su tristeza, su soledad y a la vez su consuelo, porque sabíamos que su marido no le había dado buena vida. Aunque siempre la recordaba con vestidos oscuros, me llamó la atención su luto riguroso, que en el fondo no era más que una fachada por un improbable que dirán.
Nuestro encuentro apenas duró cinco minutos, pero la candela que encendió en mi corazón ilumina, aún hoy, unos días que creía perdidos.


Víctor M. Jiménez Andrada
Publicado en Digitalextremadura.com 6/6/2011

Ilustración: Tomás Taure Alonso; Juegos perdidos

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