La señora Encarna debía rondar los setenta, si es que no los pasaba, pero en su voz, un poco ronca, todavía latía ese tono sereno y a la vez animado con el que rompía el silencio de la escalera tras la hora de la siesta. En su mirada empañada, por un breve instante, percibí cientos de imágenes que se sucedieron con toda nitidez. Imágenes que zarandearon el árbol del pasado hasta que de sus ramas cayeron hojas amarillas y hermosas.
La mujer estaba viuda y yo conocía su tristeza, su soledad y a la vez su consuelo, porque sabíamos que su marido no le había dado buena vida. Aunque siempre la recordaba con vestidos oscuros, me llamó la atención su luto riguroso, que en el fondo no era más que una fachada por un improbable que dirán.
Nuestro encuentro apenas duró cinco minutos, pero la candela que encendió en mi corazón ilumina, aún hoy, unos días que creía perdidos.
Víctor M. Jiménez Andrada
Publicado en Digitalextremadura.com 6/6/2011
Ilustración: Tomás Taure Alonso; Juegos perdidos
Publicado en Digitalextremadura.com 6/6/2011
Ilustración: Tomás Taure Alonso; Juegos perdidos
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