El cuento de las malas cuentas

Érase un país que tenía un Rey, un Presidente, unos Ministros y unas Cámaras en las que se hacían las leyes. Parecía una sociedad próspera, democrática, feliz e ideal. Pero casi nadie percibía que todos estos personajes eran marionetas movidas por los hilos de unos señores vestidos de corbata y chaqueta, que usaban cualquier treta para embaucar a los ingenuos habitantes. Estos señores, como trileros profesionales, se movían a sus anchas en una sociedad que se proclamaba del bienestar. Cuando consiguieron que todos vivieran en un espejismo de abundancia y riqueza, y una vez exprimida la última gota de zumo, vinieron las dificultades. Entonces, los angustiados habitantes aprendieron palabras como prima de riesgo, hipotecas basura, deuda pública, desahucios, crisis, paro... Como había que ajustarse el cinturón, los Gobiernos decidieron recortar el gasto. Los habitantes, que habían vivido en un sueño, vieron con espanto cómo se reducían las escuelas, los sueldos, las pensiones, los presupuestos en cultura y los servicios sociales mientras crecían las listas de espera en los hospitales y los demandantes de empleo. Luego llegaron otros señores (también de corbata y chaqueta) con la solución bajo el brazo: la privatización. Así, el que tenía dinero podía sobrevivir y el pobre se moriría en la miseria. Los políticos, cegados por la avaricia del sillón, no hacían más que golpearse entre ellos sin ser capaces de encontrar soluciones efectivas a los auténticos problemas.

Ante la desolada situación, solo un grupo de ciudadanos valientes formaban la resistencia. Eran la última esperanza ante la pasividad y la desidia de las masas resignadas a su suerte...

¿Cómo termina el cuento? No lo sé, pero se admiten finales felices.


Víctor M. Jiménez Andrada
Publicado en Cáceres en tu mano(6/10/2011)

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