El niño duerme tranquilo protegido por tres
muchachas que se sientan plácidamente. Parece
que dejan pasar el tiempo en la pereza de una
vida sencilla. Dos mujeres pasean juntas al fondo
del jardín y comparten confidencias. Me han
dicho que son sabias y que es mejor no
preguntarles por el destino. Mientras tanto, el
muchacho fuerte extiende sus brazos para coger
una manzana madura. Cuando lleve la fruta a su
boca habrá llegado a la cumbre y le tocará
descender lentamente. Hina mira al frente, su
presencia me resulta inquietante, pero pronto
comprendo que ella llena un hueco necesario en
el corazón de las personas. En ese momento me
planteo la duda eterna: no sé si es mejor acuñar
sabiduría o vivir en la felicidad de la ignorancia.
En el último rincón, una anciana apoya la cara en
sus manos y dormita. Espera con paciencia el
comienzo del último viaje. Observo emocionado
los casi cuatro metros que tengo frente a mí y
agradezco el gesto de un Gauguin desesperado
que, antes de acabar con todo, decide legarnos
las grandes preguntas.
Víctor M. Jiménez Andrada
Publicado en LB. nº. 11
No hay comentarios:
Publicar un comentario